- Esta iniciativa de largo aliento emplea estudios científicos para conocer el origen biológico de las fibras usadas por los cazadores-recolectores
- Expertos indagan en la identificación biológica y el modo en que cada cesta, red, collar o sandalia fue elaborada por grupos de cazadores-recolectores
- Se trata de piezas creadas entre 900 y 1300 d.C. y halladas en contexto funerario y bultos mortuorios
Por Karla García
Coahuila, 31 de enero. – Hace más de un milenio, en un paraje del actual estado de Coahuila, generaciones de hombres y mujeres dedicados a la caza y la recolección fueron inhumadas en una caverna conocida como la Cueva de la Candelaria; sus restos óseos y los objetos que dejaron tras de sí conforman un importante acervo que es investigado y preservado desde la Secretaría de Cultura federal y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
En este sentido, destacan los avances del Proyecto de conservación de bienes culturales de origen orgánico de la Cueva de la Candelaria, llevado a cabo por la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC) del INAH, desde 2013.
Esta iniciativa de largo aliento emplea estudios científicos para conocer el origen biológico de las fibras usadas por los cazadores-recolectores, así como técnicas de arqueología experimental para entender el modo de tejer cestas, redes, sandalias, bolsas, cuerdas u ornamentos corporales, como collares y orejeras.
De acuerdo con la restauradora adscrita a la CNCPC y responsable de dicho proyecto, Gloria Martha Sánchez Valenzuela, el conocimiento generado por métodos experimentales resulta fundamental para la conservación de los objetos arqueológicos. “Por ejemplo, si tengo una cesta con algún faltante, antes de colocar una reposición estructural, debo saber de qué planta obtuvieron las fibras y entender sus técnicas de cosido, qué grosor tuvieron sus hilos o cómo eran sus puntadas”.
Tras una década de labores, explica, son más de 100 piezas de la Cueva de la Candelaria, las cuales pertenecen a los acervos del Museo Regional de la Laguna (Murel), las que se han atendido en los laboratorios de la CNCPC.
“Periódicamente hacemos comisiones a Torreón para seleccionar materiales que requieren tratamientos de conservación; los traemos a la Ciudad de México para su atención y, una vez intervenidos, los devolvemos al museo para que puedan ser puestos en exposición al público”.
El hecho de que el Murel cuente con una sala dedicada a la Cueva de la Candelaria hace posible un benéfico ciclo de rotación: se reduce el deterioro de los materiales orgánicos, que se genera por una exposición prolongada en las vitrinas, cuando son reemplazados por aquellos ya estabilizados.
Actualmente, con apoyo de las restauradoras Julieta Montiel Pérez y Diana Delgado Córdova, adscritas al citado laboratorio, se trabaja sobre un lote de objetos que incluye el fragmento de una red de pescador, una bolsa de red, una cesta policromada, sandalias y un collar de vértebras de serpientes anudadas con cordeles de fibras vegetales y de cabellos humanos.
Se trata de piezas cuya temporalidad ha sido establecida entre los años 900 y 1300 d.C., y que formaban parte de los ajuares con los que se acompañó a los individuos inhumados en la cueva dentro de bultos mortuorios.
Con apoyo de especialistas del Laboratorio de Anatomía Funcional y Biomecánica de Plantas Vasculares de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa, se ha averiguado que plantas como la Sangre de Drago (Jatropha dioica) eran empleadas para elaborar cestas; el sotol (Dasylirion wheeleri), petates; y las lechuguillas (Agave lechuguilla) para confeccionar sandalias.
Al hablar sobre las reposiciones que algunas piezas han requerido, Julieta Montiel Pérez explica que luego de realizar pruebas con diversos materiales, se optó por restituir los faltantes mediante hilos de papel japonés.
Este material, agrega Diana Delgado Córdova, es compatible con las fibras arqueológicas, identificable y reversible de cara a futuros proyectos de conservación; asimismo, al estar teñido para igualar la coloración de los materiales antiguos, brinda una uniformidad visual a las piezas y les devuelve su función estructural.
“A partir de los análisis en laboratorio, o de observar etnográficamente a grupos indígenas actuales como los seris, sabemos que los cazadores-recolectores tenían un conocimiento generacional para saber qué planta usar en cada uno de los objetos que necesitaban, e incluso identificar la época del año en la que debían recolectarla”, concluye Gloria Martha Sánchez.