Arturo Soto Munguía / El Zancudo
Aunque generó una oleada de memes y chistes, el episodio en el que David Monreal toca públicamente las nalgas de la candidata a la alcaldía de Juchipila, Rocío Moreno, es más serio de lo que parece.
Es la radiografía del poder, la definición de la nueva clase política fermentada en el sedimento del viejo régimen corrupto, autoritario en su irrenunciable ADN; gandalla y arrogante que encuentra la justificación a cualquier barbaridad en la narrativa épica del triunfo electoral 2018, fincado ciertamente en el hartazgo social contra los excesos de un gobierno autoritario, corrupto, gandalla y arrogante.
Opresor y patriarcal, además, hay que decirlo. Porque en el sedimento de aquella clase política que se bajó del caballo y se metió a las instituciones aún quedan vestigios de facultades y prerrogativas ganadas a punta de bala: el derecho de pernada, el sojuzgamiento de las mujeres, la homofobia mal simulada; el machismo dueño de vidas y haciendas, impune porque ellos tutelaban el partido, el gobierno y las instituciones, y que hoy lo sigue siendo porque, con las excepciones del caso, ellos siguen tutelando el partido, el gobierno, las instituciones.
Imposible negar avances, pero el empoderamiento de la mujer no termina de nacer, y al empoderamiento de los hombres le falta mucho para morir pues se finca en una vieja raigambre cultural que lleva aparejado al ejercicio del poder la premisa de que las cosas se hacen por mis purititos huevos.
Y si son pillados siempre habrá una salida: sacaron la frase de contexto, manipularon el video, no es mi voz, es un ataque político y la joya de las excusas que no excusan nada, sino que marca la línea de continuidad de una conducta pretendidamente atenuada: el PRIAN violó más.
El empoderamiento masculino en México está signado por la exacerbación del machismo, el portento de la virilidad como mecanismo de control; el dinero, los lujos, el poder de compra y la posición de mando capaces de convertir patanes esperpénticos como Félix Salgado Macedonio, Cuauhtémoc Gutiérrez, Pancho Cachondo o David Monreal en el Juan Camaney de la comarca; seductores por las buenas o abusadoras por las malas.
Masco chicle, pego duro, tengo viejas de a montón, tururú…
La referencia deja de ser chistosa en un país donde 10 mujeres son asesinadas cada día y al menos siete niños y niñas desaparecen diariamente, muchas de ellas para ser violadas, vendidas o prostituidas en esa reedición lúgubre del derecho de pernada, que en México implica el abuso y la servidumbre sexual contra mujeres en condición de dependencia que, al ser víctimas de esa relación de poder, asumen su destino con sumisión y hasta la defienden como relaciones consensuadas.
¿Qué si le agarras las nalgas a una amiga en público y ésta apenas se inmuta, se sorprende ligeramente pero sigue caminando como si nada pasara, haciendo suya la normalización del abuso y la patanería?
En Zacatecas, como en cualquier otro estado del país, el candidato a gobernador siempre ha llevado mano. Es parte del protocolo no escrito de las campañas: es el que quita y pone, el que parte, reparte y se queda con la mejor parte.
Y no pasa nada. A Félix Salgado Macedonio el INE le retiró la candidatura no por las acusaciones de abusos deshonestos y violación contra cinco mujeres, sino porque incumplió con el informe de gastos de precampaña. La dignidad femenina cotiza más bajo que un error administrativo.
A David Monreal nada le pasará por tocar las nalgas de su amiga Rocío Moreno en Público. Su tocamiento no fue lascivo, sino una especie de caricia similar a la que se hace a un perro o un caballo de su propiedad. No fue la lujuria, sino el sentido de pertenencia lo que las cámaras captaron. Estas nalguitas son mías, chingao.
Y la mujer sale a defender -no se sabe si obligada, convencida o por iniciativa propia- al agresor, ponderando antes que la dignidad llevada al escarnio público, la conveniencia de un fin superior: el proyecto de la Cuarta Transformación no se verá interrumpido por la calumnia y la difamación del PRIAN que han gobernado Juchipila muy mal. El compañero Monreal siembre ha sido respetuoso y nunca le ha faltado, asegura.
El feminismo morenista aguanta la estocada en el centro de su dignidad y en un alarde de combatividad reprueba poquito los hechos, no vaya a ser que el patriarcado se enoje de a buenas y entonces sí, no sólo les agarren las nalgas, sino que las dejen fuera de la nómina.
Peor aún. La feminista Estefanía Veloz, que renunció a Morena cuando el partido (es un decir) finalmente decidió que Félix Salgado fuera el candidato a gobernador de Guerrero, sale ahora a decir que si la mujer dice que hubo consenso en el toqueteo, hay que creerle y a otra cosa, mariposa.
A su argumento le falta cualquier cosita, casi nada para equipararse al del sátiro que viola a una adolescente y en su defensa alega que ‘si hay pelito no hay delito’.
Al diputado Benjamín Huerta lo detuvieron, acusado de drogar y violentar sexualmente a un jovencito, menor de edad. Estuvo detenido unas horas y salió libre por el beneficio del fuero como legislador, y hasta se dio el lujo de participar -a distancia-, para votar a favor de la Ley de Hidrocarburos propuesta por el presidente.
Es posible que tampoco le pase nada, porque el señor es diputado y presume su cercanía con la familia presidencial.
Jodido país este donde agarrarle las nalgas a una candidata o violar a un menor de edad son temas menores frente al objetivo superior de sacar adelante el proyecto de nación de la 4T.
Pero quien hace lo menos hace lo más. El empoderamiento sirve no solo para el toqueteo pícaro o el refocilamiento en las perversidades sexuales. Saberse poderoso e impune lleva también a otras cosas que tienen que ver con imponer la voluntad de uno a los demás.
Lo mismo para nombrar cónsul a un caballo, como Calígula, que para extender el mandato del presidente de la Suprema Corte, porque una violadita a la ley es asunto menor cuando lo que está en juego es ese bien superior que es salvar a la patria del conservadurismo neoliberal.
Así las cosas.
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