Fin de las campañas: un balance a vuelapluma

Arturo Soto Munguia / El Zancudo

Este día llegan a su fin las campañas electorales. Fueron 90 días intensos en los que hubo de todo, y conviene hacer algunas reflexiones en torno a lo que vimos en este lapso, más allá de las cuentas alegres que de uno y otro bando se manejan, más como un intento de generar percepción que como una realidad objetiva.



Si la pareja ya conocida como Timo y Bobo se declararon vencedores de la contienda cuando entre los dos no completan el uno por ciento de las preferencias electorales, es dable suponer que los candidatos con mayores posibilidades lo sigan haciendo hasta el último minuto de este miércoles.



Es claro que la politizada lectora, el matraquero lector suscriban lo que a continuación se expondrá, como también que lo descalifiquen apriorísticamente reaccionando más con el corazón que con la razón en ambos casos. Y se vale.



Arriesgaré no obstante, algunas consideraciones que, naturalmente, generarán consensos y disensos, cuando no madrazos impúdicos, tan socorridos en estos días cuando la falta de argumentos se suple con el insulto. Pero bueno, son gajes del oficio.



Comenzaremos diciendo que la campaña de Alfonso Durazo fue víctima de su exceso de confianza o lo que algunos consideran soberbia. Al arrancar presumiendo una preferencia de 45%, su equipo mismo le puso la vara muy alta, pues pensar que podría incrementar esa cifra era suponer que iba solo en la contienda y que la oposición, más que moralmente derrotada era prácticamente fantasmal. Tres meses después es obvio que no fue así.



Consideremos que ese 45% fue el porcentaje de votación obtenido por la fórmula al senado que integró en 2018 con Lilly Téllez a la cabeza y con todo el efecto de la Ola Peje a su favor. Con un porcentaje tan alto y con el natural desgaste del ejercicio del gobierno federal, era más probable que la preferencia comenzara a bajar, y lo más difícil, que subiera.



En tres años sucedieron muchas cosas y no precisamente favorables: el área de Seguridad Pública que le fue encomendada por el presidente se convirtió desde el principio en una sucesión de dolores de cabeza y jamás pudo contener el crecimiento del crimen organizado.



De hecho, al renunciar para venir a Sonora como candidato, el país que dijo haber encontrado oliendo a pólvora estaba además oliendo a corrupción, impunidad y complicidad con el crimen organizado. La captura y posterior liberación de ‘El Chapito’ Guzmán fue acaso el momento climático de un recuento cotidiano de asesinatos y masacres que siguen formando una estela de más de 60 mil muertos.



Durazo no fue un buen candidato. Y con esto no quiero decir que al doctor le falte talento, capacidad y/o inteligencia, pero sí la chispa para ‘prender’ al auditorio, y esto no es una crítica, sino una descripción que hasta sus cercanos admiten y que todos vimos, de manera más marcada en la primera mitad de la campaña.



Sus asesores tardaron mucho en darse cuenta y hasta el último mes lo comenzaron a bajar de los templetes, a hacerlo caminar entre la gente, repartir besos y saludos o abrazar perros.



Parece una fruslería, pero en una campaña el candidato tiene que ensuciarse la ropa y los zapatos, sudar la milla, aparecer cercano y natural entre las multitudes; besar a la doñita del barrio que tiene una semana sin bañarse porque no hay agua, sin hacer gestos. Al doctor nunca se le dio eso. Tampoco hizo un buen papel en los debates y se limitó a leer tarjetas, rebasando la línea de lo solemne y perdiendo el contacto visual con los telespectadores.



Cometió además un error que ya no pudo sacudirse en estos 90 días. Muy al principio de su campaña, en una entrevista de radio le preguntaron por los doctores -o pasantes de medicina-, que se negaban a ir a los pueblos de la sierra por el temor que produce el accionar del crimen organizado.



Durazo dio la peor respuesta que pudo haber existido en un catálogo de malas respuestas. Cuestionó la vocación de los profesionales de la medicina al decir que deberían ir a donde los mandaran porque para eso estudiaron. Y remató con algo que quiso parecer simpático: no hay lugar para todos en la Náinari, en la Pitic o en… ¡Polanco!, dijo (cito de memoria).



Si la principal crítica de sus adversarios era por su presunto desarraigo y su larga estancia en la capital del país, esa aseveración se convirtió en la fuente de todos los memes.



El de Bavispe nunca pudo venderse como un buen candidato y desde siempre su gran apuesta fue a la aceptación de la marca. Morena, como la marca más votada. De hecho, si gana la gubernatura, el triunfo descansará más en ese tema que en cualquier otra cosa.



La campaña de Ernesto Gándara tampoco comenzó bien. Su renuncia al PRI para favorecer la integración de una alianza con el PAN y el PRD fue vista siempre como un asunto meramente cosmético. Nadie a quien se le pregunte, ni siquiera a él, negará que su corazón late siempre por el partido tricolor.



La alianza tampoco fue bien aceptada en algunos sectores de la población, y le dio armas a su principal adversario para reafirmar su narrativa sobre la unión de los viejos partidos que ya le fallaron a México y a Sonora.



Si entre la sociedad civil esa alianza no despertó entusiasmo y antes bien generó más que suspicacias, al seno de los partidos firmantes de la misma, menos. Ernesto nunca pudo desprenderse de la carga peyorativa con la que se alude a su persona como ‘el candidato del PRIAN’.



A diferencia de Durazo, que descansa más en la marca que en su persona, con El Borrego sucede a la inversa: su persona despierta más simpatías que la marca y eso se puede probar si se observan los diversos ‘tracking’: la preferencia con que arrancó su campaña desde antes de renunciar al PRI no solo se ha mantenido, sino que ha mostrado una tendencia ascendente al grado de que varias casas encuestadoras indican ya un cruce de líneas para mostrar un empate técnico.



A eso también le abonan varios fenómenos registrados en el plano nacional. El desgaste del gobierno federal, el reagrupamiento de una oposición que, ahora sí que ‘haiga sido como haiga sido’ ha modificado sustancialmente las expectativas de triunfo morenista que existían hace tres meses, según las cuales estarían ganando al menos 13 de las 15 gubernaturas en disputa.



No estoy diciendo que esto sea bueno o que sea malo, solo que es un hecho real que complementa los anteriores dos factores con las disputas internas al seno de Morena y los conflictivos procesos de selección de candidatos que reavivaron la guerra de tribus y entre otras cosas, derivaron en la descalificación de candidatos en Michoacán y Guerrero.



Aunque la alianza PRI-PAN-PRD no fue bien aceptada en un principio, la candidatura de ‘El Borrego’ ha arrastrado ese peso y con una capacidad negociadora más notable, pudo transitar sin sobresaltos significativos el proceso de selección de candidatos, logrando lo que parecía remoto hace tres meses: ponerse en condiciones de disputar la gubernatura palmo a palmo, a partir del crecimiento de las preferencias en los municipios más poblados del estado, todos ellos gobernados por Morena y algunos a punto de convertirse en debut y despedida para ese partido.



En las últimas dos semanas, además, Ernesto ha recibido el respaldo no solo del ex candidato de Movimiento Ciudadano a la gubernatura, Ricardo Bours, sino de liderazgos, candidatos y militantes de ese partido, del PT, de RSP y del PES que, aunque suelen ser minimizados desde Morena, finalmente representan votos.



No digo con esto que ‘El Borrego’ vaya a ganar la gubernatura, pero es indiscutible que los números se han movido de tal manera, que el resultado de la elección el 6 de junio puede presentar sorpresas.



Hoy terminan las campañas y después siguen cuatro días en los que se supone debe parar el proselitismo para dar pie a una etapa de reflexión ciudadana sobre el destino de sus votos.



Y luego viene el ‘Día D’, cuando las dos principales fuerzas en disputa pongan a prueba sus estructuras, su experiencia y sus buenas y malas artes para llevar votos a las urnas.



Cualquiera que sea el resultado, esperemos que la jornada sea pacífica, porque aspirar a que la misma no derive en conflictos poselectorales sería ya mucho pedir.



Que pase lo que tenga que pasar, y a darle vuelta a la página.



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